Por José M García y Pilar Moreno
La frontera de Botswana con Malawi fue rápida y nos sorprendió que el visado fuera gratis, llegábamos al séptimo país africano. Seguíamos notando el cambio brusco con relación al cono sur africano, Malawi es uno de los países menos desarrollados y más densamente poblados del mundo, su economía está fuertemente basada en la agricultura con casi el 85% de la población viviendo en las zonas rurales.
Las carreteras estaban saturadas con mucha gente caminando, bicicletas cargadas hasta arriba, animales y algo de tráfico; la vida en Malawi transcurre en las carreteras y caminos.
‘¡Mzungu, give me money!’ frase que oiríamos todos los días hasta prácticamente Sudán, pero en Malawi al igual que en Zambia, de momento, era de buen rollo, en otros países por los que pasaríamos más tarde el tono sería menos amigable.
Paramos en Lilongwe, la capital, en la que el caos y la locura, al igual que en la mayoría de capitales africanas, era un hecho. Debíamos buscar un cajero y que funcionara, tarea que nos costó bastante. Compramos algo de comida y decidimos salir de esa vorágine, poniendo rumbo al lago Malawi .Lo olvidaba, andando por la ciudad sufrí un pequeño atropello de una conductora que no sabía frenar y que sólo reía, pensaba que me había machacado la rodilla, pero en unos días se pasó.
El primer destino en el lago fue Senga Bay, acampamos y pasamos dos días de relax como toma de contacto. La ruta planeada para cruzar Malawi hasta Tanzania transcurriría bordeando el lago y sus 560 kilómetros de largo, una semana de ruta con varias paradas para disfrutar de este inmenso océano.
El tiempo extra que pasamos en Sudáfrica hizo que la temporada de lluvias nos acompañara desde Zambia y las tormentas eran casi a diario.
El sitio que más nos gustó en el lago fue Nkata Bay, allí nos habían recomendado un alojamiento de backpackers que fue perfecto: bueno, bonito y barato. Habitación con terraza a tres metros del lago, buena comida y wi-fi potente. Un paraíso en Malawi. Coincidimos con un grupo de mochileras españolas que llevaban unos días allí y les estaba costando seguir viaje por lo bien que estaban en el hostal. Intercambiamos mucha información, ya que íbamos en sentidos opuestos.
Unos días de tranquilidad y vuelta a la moto. Hicimos una ruta corta pero muy agradable; en algunos momentos las vistas del lago desde la carretera que subía hasta los 1.000 metros eran un lujo para la vista.
Viendo los videos de Long Way Down, sabíamos que pasaríamos por un sitio donde se alojaron en su paso por Malawi. Cuando vimos la señal de Sangilo Lodge, nos desviamos; un kilómetro de pista malilla nos llevaron al sitio.
Para los que hayáis visto el documental, es el desvío donde la mujer de Ewan tiene el primer accidente y parte la maneta.
El sitio es muy auténtico. Como era temporada baja y estaba vacío, el dueño nos hizo una súper oferta que no pudimos rechazar, la opción de acampar no era tan tentadora con las tormentas y menos mal porque anocheciendo cayó una gorda.
Y allí, tomando unas cervezas con Mark, el dueño, nos comentó que a Charly Boorman no le hizo mucha gracia la idea de que la mujer de Ewan fuera a hacer esas etapas con ellos, pero que no le quedó más remedio que aguantar.
Después de una semana en Malawi, cruzamos la frontera rápidamente y llegamos a Tanzania, no sin pagar 50 dolares por visado. Como la moto de Pilar no tenía Carne de Passage, hicimos importación temporal de las dos. No tengo claro si había que pagar algo por las motos, pero nos escaqueamos. En la última barrera nos preguntaron si habíamos pagado y les dijimos que por supuesto.
La idea era llegar a Mbeya, viendo que íbamos con tiempo, decidimos ir por una pista más directa que la carretera, más entretenida pero muy, muy lenta. Subimos a 2.000 metros, buenas vistas de jungla y mucha compañía de población local muy interesada en saber que hacíamos yendo por allí si había una carretera para ir a Mbeya. Difícil explicarles que preferíamos ir por esa ruta. Llegamos y empezó a llover fuerte. Si nos llega a pillar en la pista, el barro nos hubiera complicado el camino.
Al día siguiente, arrancamos hacia Iringa, fueron 300 kilómetros, muchos pueblos, muchos baches que nos reducían la velocidad y mucha policía con pistolas de radar para las zonas limitadas a 50 km/h. Nos pararon dos veces y volvimos a utilizar la técnica de siempre, sorry no money, y demostrar que tienes poco dinero y mucho tiempo, al final nos dejaron seguir siempre.
La carretera era la ruta principal a la capital Dar Es Salam y se notaba, con cantidad de autobuses kamikazes y muchos camiones que habían deformado el asfalto por su excesivo peso y continuo tráfico.
Llegamos pronto y nos fuimos a dar una vuelta por el mercado. Nos sorprendió la agresividad de la gente cuando hacíamos fotos, aunque fueran fotos generales y desde lejos, realmente no entendíamos el motivo. Hasta utilizamos la presencia de la policía para tomar alguna imagen.
Sin duda, Tanzania estaba siendo el país más complicado hasta ese momento en nuestra aventura por África. El tono en el que nos llamaban ¡Mzungu! (hombre blanco) ya no era el mismo que en Malawi y en Zambia.
Dos días nos separaban de la capital, el tráfico se iba complicando y tuvimos más que palabras con un autobús, que nos adelantó y casi nos lleva por delante. Luego lo vimos parado y no pudimos pasar de largo, parando montándole una bronca importante al conductor, recriminándole que nos podía haber matado. La tensión fue subiendo y hasta tuvo que venir la policía. Faltó poco para acabar todos en la comisaría, pero al final la policía nos dejó irnos a todos. Mucho cuidado a los viajeros en moto en esta zona de Tanzania.
Atasco brutal en la entrada de Dar Es Salam, obras por todas partes, tuk-tuks, contaminación, 35 grados y una humedad pegajosa, ¡ufff, vaya día! Teníamos el contacto de un español, Gabi, que trabajaba en un restaurante, fuimos directos y nos invitó a quedarnos en su casa unos días. Gabi llevaba ya un tiempo en Dar y antes había vivido unos años en Nairobi.
La rueda de la moto de Pilar había llegado en las últimas desde Sudáfrica y teníamos que localizar un neumático, por suerte encontramos una tienda KTM.
Desde Dar es Salam cogimos un barco para ir a la isla de Zanzíbar. La moto la dejamos en casa de Gabi, ya que al ser región semi autónoma de Tanzania nos comentaron que el papeleo para meterla era un rollo. Así que metimos algo de equipaje en una bolsa y nos fuimos a pasar cinco días a la isla. Nos gustó, pero quizás esperábamos más; como suele pasar, el turismo hace que los precios sean altos y la economía local al vivir del turista hace que te vean como un dólar con patas.
Llegamos a Stone Town, donde nos gustaron mucho sus estrechas calles y el estilo de la ciudad, había un ambiente muy musulmán, es la ciudad más importante de Zanzíbar, patrimonio de la Humanidad.
Alquilamos una XR 250 y nos fuimos a recorrer la isla, primero hacia el sur, Jambiani, donde encontramos espectaculares playas y tranquilidad.
Durante los días que recorrimos la isla en moto sufrimos ‘acoso’ policial en busca de dinero fácil, pero nos negamos a pagarles nada. En una ocasión nos amenazaron con retener la moto, nos bajamos de la moto y quitamos la bolsa y les dijimos que se la quedaran; al final nos pidieron que siguiéramos con ella.
En la parte norte de la isla, nos quedamos en Matembe, que fue lo que más nos gustó de Zanzíbar. Por las tardes la llegada de los pequeños barcos de vela de los pescadores y el movimiento de compra venta en la lonja situada en la misma playa era muy auténtico.
De vuelta a Stone Town, dejamos la XR y cogimos el barco de vuelta a Dar Es Salam a reencontrarnos con Gabi y con las motos. Ya teníamos ganas de rodar y después de una gran cena de despedida preparamos equipaje para salir pronto al día siguiente rumbo a Karatu.
Fueron dos grandiosos días de moto, parando en Lusotho y Moshi, rutas por montañas, bonitas vistas y cascadas, esto era justo lo que necesitábamos después de unos días sin nuestras máquinas.
Y llegamos a Karatu, último pueblo antes de los parques nacionales del Kilimanjaro y Serengueti. La idea era encontrar una forma barata de poder visitar las reservas de vida salvaje. Al final alquilamos un 4×4 con guía durante dos días pasando la noche acampados en el PN Kilimanjaro. La vida salvaje que vimos durante estos dos días fue una pasada, leones, elefantes, búfalos, jirafas, cebras, gacelas etc; era la época de migración de los ñus y el espectáculo de ver miles y miles de ellos con sus crías fue increíble.
Presenciamos en directo el ataque y caza de tres leonas a un ñu, fue una experiencia brutal que será difícil de olvidar, sentíamos estar dentro de un reportaje del NationalGeographic.
Al ir y volver de Karatu, pasamos por poblados Masáis orientados totalmente al turismo, es decir, si paras es para comprar o pagar por hacerles fotos. No es muy auténtico, pero es normal ante la cantidad de turismo que va a esas reservas.
Desde Karatu decidimos no ir directamente hacia Kenia, si no rodear el lago Victoria por Ruanda y Uganda. El recorrido hasta Ruanda eran 900 kilómetros, que hicimos sin ningún contratiempo en dos días.
Ruanda era un país que queríamos conocer, habíamos oído hablar de él muy bien. A pesar del trágico genocidio donde fueron asesinadas cerca de un millón de personas hace sólo 20 años, el país se había recuperado y habían sabido superar el horror, aunque está claro que pasarán muchas generaciones hasta olvidarlo.