Por José M García y Pilar Moreno
La primera etapa desde Nairobi nos llevó a Mararal, fueron 200 kilómetros de asfalto y 150 de pista. Ya no volveríamos a ver el negro suelo en varios días, pues teníamos por delante cerca de 1.000 kilómetros off road y muchas horas de moto.
Nuestro amigo Topo nos aconsejó que nos alojáramos en la guesthouse Samburu donde nos informarían si la ruta norte hacia South Horr estaba tranquila y libre de bandidos, ya que era una zona complicada, pero nos comentaron que se encontraba bastante tranquila.
Al día siguiente, antes de salir, lo primero que hicimos fue desmontar la rueda trasera de Pilar; al final del día anterior se percató de un ruido extraño. Desmontamos, limpiamos el buje, lo engrasamos, la montamos de nuevo y por suerte el ruido desapareció.
Antes de ponernos en ruta buscamos la gasolinera para repostar, localizamos dos bidones de 10 litros para llenarlos también de gasolina y cargarlos en las motos y es que a partir de aquí no habría gasolineras en 900 o 1.000 kilómetros, y la que necesitáramos tendríamos que buscarla en bidones en los poblados por donde pasaríamos.
Las pistas saliendo de Maralal tenían mucha piedra, lo que nos hacía llevar un ritmo lento, discurriendo por unos preciosos paisajes de montaña. La escasa población local que veíamos eran de las tribus Samburu y Turkana.
La primera vez que vimos gente armada caminando por la pista nos acojonamos bastante. Aunque nos habían asegurado que la zona estaba tranquila, esta ruta nunca es del todo segura. El susto se pasó cuando nos enteramos de que son pastores que van armados para protegerse porque entre tribus se roban el ganado. Nos contaron que estos enfrentamientos entre tribus no son nada raro, en 2012 46 personas murieron en una de estas luchas entre tribus.
Al pasar por Baragoi vimos un pequeño surtidor y aprovechamos para repostar de nuevo siendo el centro de atracción de todo el pueblo.
A buen ritmo, llegamos a South Horr, un pequeño pero muy agradable pueblo enclavado entre montañas. Todos los niños del pueblo nos perseguían mientras buscamos un sitio para pasar la noche, estaba claro que pocos extranjeros veían por allí.
Todavía nos quedaban provisiones de España que nos habían llegado a Nairobi, así que esa noche disfrutamos de un espectacular lomo ibérico. Pero pronto a la cama, pues al día siguiente llegaríamos al lago Turkana y, por la información que teníamos, la ruta de más de 200 kilómetros de pista sería mucho, mucho más dura que la de hoy y con temperaturas por encima de 35 grados.
Nos levantamos de noche para arrancar con las primeras luces del día. Más que nunca, en estos días, era muy importante no tener accidentes ni tener averías en la motos. Estábamos a muchas horas del hospital más cercano y, en caso de necesitar ayuda, estábamos solos, durante tres o cuatro días no nos cruzaríamos con ningún vehículo.
Algunos tramos eran complicados y el peso de las motos los dificultaba aun más. Una cosa tenemos claro ahora, no volveríamos a hacer esta ruta sin llevar una baliza spot o un teléfono satélite para situaciones de emergencia.
Los primeros kilómetros de pista entre acacias y amaneciendo fueron un lujo para los sentidos, tramos de arena se alternaban con pista dura. De vez en cuando veíamos población local, con escasas ropas y collares de mucho colorido, saliendo huyendo al vernos alguno de ellos y otros queriendo contactar con nosotros.
Nos quedan entre 20 y 30 kilómetros para llegar a Loyangalani a orillas del lago Turkana, ya lo vemos a lo lejos, ¡qué color! ¡Espectacular! Vamos bien de tiempo, es importante arrancar siempre muy pronto por las mañanas para tener más horas de luz y poder disfrutar de las primeras cuatro o cinco horas sin tanto calor.
En la bajada hacia el lago, la pista se empieza a complicar con muchas piedras volcánicas que hacen que la conducción sea exigente, los 40 grados tampoco ayudan, en poco tiempo hemos pasado del disfrute al sufrimiento.
A medida que nos acercamos más al lago, peor, al llegar a él tenemos que bordearlo unos 12 kilómetros hasta el pueblo, una auténtica paliza, parando a veces cada 200 metros. En este tramos empiezan las caídas, Pilar se cae tres veces y en una se hace daño en la espalda con una maleta. Paramos a descansar y aligerar su moto, quitamos el bidón de gasolina y la echamos en las motos, sacamos el agua que lleva y lo metemos en mi moto, que si ya pesaba, ahora más; al final, también yo me fui al suelo.
Tomamos unas pastillas de glucosa, pues estamos agotados y a este ritmo, los 10 kilómetros se pueden hacer eternos si no mejoraba un poco el terreno. Arrancamos de nuevo, Pilar va delante y va mejor, aunque la tensión y el calor nos agotan; cada vez aguanta menos sin parar y se le escapa alguna frase del tipo “uffff, esto es imposible”. En estas condiciones es fácil tener una caída, que, aunque a poca velocidad, podíamos hacernos daño. Con paciencia y sin forzar, parando cada poco, conseguimos llegar a Loyangalani.
Hay reunión de tribus y fiesta en el pueblo pero nosotros estamos para pocas fiestas. Nos ubicamos en un hotelito muy auténtico de cabañas con vistas al lago. Caen tres Coca Cola y una botella de agua heladas, ¡joder, ha sido duro!, en el hotel estaban esperándonos, les había avisado Topo de Nairobi para que estuvieran pendientes de que llegáramos.
El sitio era mágico, después de una merecida ducha al aire libre, ropa cómoda y una gran cena de pollo con arroz que nos supo a gloria, todo se veía mejor. Salimos del hotel y paseamos por el pequeño pueblo, principalmente cabañas redondas con techo de chapa donde viven los Samburu, gente muy amable. Una señora nos invitó a entrar en su humilde hogar, increíble la cantidad de gente que vivía ahí en tan poco espacio.
Según nos dijeron, los dos días siguientes de ruta serían también bastante complicados y luego mejoraría al llegar a Etiopía.
Al amanecer, ya estábamos desayunando fuerte. Nos preparamos, cargamos el equipaje y 12 litros de agua; a pesar de ser muy pronto, ya hacía calor, así que nos pusimos en marcha pronto.
Zonas de piedra como las del día anterior se alternaban con mucha arena, haciendo muy complicado avanzar con la Adventure; Pilar, a su ritmo, se defendía muy bien.
Como en la jornada anterior, pensábamos que íbamos bien para llegar al Parque Nacional de Sibiloi, pero el tema se fue complicando. Mucho calor con cerca de 40 grados, la arena más complicada y el cansancio acumulado, iba haciendo mella en nosotros. Parábamos a descansar y las botellas de agua caliente caían rápidamente; teníamos que llegar como fuera ya que no teníamos suficiente agua para acampar.
Quedaba una hora de luz y Pilar se mareaba conduciendo, teniendo que parar, tumbarse y tomar glucosa para recuperar. Esto se complicaba otra vez. Pero estaba mereciendo la pena, los paisajes eran grandiosos y la sensación de soledad era total.
Con muy poca luz, llegamos a la entrada de Sibiloi donde nos recibieron los rangers del parque. Allí acampamos. Por suerte había un depósito de agua potable. Cocinamos un buen plato de pasta y al saco agotados.
El ruido del viento no nos dejó dormir bien y unas gotas de lluvia antes de amanecer nos hicieron desmontar el campamento a la carrera, aunque por suerte no volvió a hacerlo más. No había amanecido prácticamente y ya estábamos listos para salir.
Los rangers nos dicen que dentro del parque las pistas no están muy bien y nos indican la mejor ruta. Ritmo muy, muy lento por las piedras y la arena.
En una parada veo que la rueda trasera de Pilar está pinchada, ¡uff!, a ver qué tal se da reparar con los mini desmontables. Con paciencia lo solucionamos y nos pusimos en marcha de nuevo.
Los últimos 30 o 40 kilómetros desde la salida del parque nacional hasta Illeret tenían mucha arena, parando a descansar, pero tenemos ganas de llegar, el calor ya nos consume.
Illeret está en la frontera con Etiopía, aunque luego quedaban dos días de pista, la parte más dura había quedado atrás. Lo habíamos conseguido, habíamos llegado a Etiopía por la ruta Turkana, ¡con un par!, muy orgulloso de Pilar, que había sufrido, pero había podido con todo. ¡Qué máquina!
En Illeret nos alojamos en una misión religiosa, el calor era brutal y la gente dormía en la calle. Había todo tipo de fauna por la habitación, así que la mosquitera era obligatoria, fue un infierno de noche.
Por la mañana compramos gasolina en la misión y pusimos rumbo a Etiopía. Al llegar, una simple cuerda franquea el paso fronterizo y un policía nos dice que las oficinas se han trasladado a Omorate y allí que nos fuimos. Por suerte el papeleo es rápido.
Los últimos 70 kilómetros a Turmi fueron de pista dura, llegando sin problemas. Al ser lunes era día de mercado y el ambiente muy auténtico, todos eran de la tribu Hanmer y las mujeres nos recordaban un poco a los Himbas del norte de Namibia.
El alojamiento que encontramos fue de lo más básico, una habitación con sólo una cama y una silla de plástico, el baño común era una caseta exterior de chapa a 50 metros de la habitación, vamos, un lujo. Eso sí, la comida local, la injera (parecido a un crep) estuvo deliciosa y la cerveza, helada, entró genial.
¡Aprovechamos para desearos unas Felices Fiestas a todos!
Y, por supuesto, agradecer a los patrocinadores principales BMW, Touratech y Continental su colaboración en esta aventura y a todos los amigos, familia y gente que nos siguieron en nuestro blog www.aventurasenmoto.com y en la página de Facebook Aventuras en Moto.