Por José M García y Pilar Moreno
En sus aventuras en moto, José M García y Pilar Moreno llegan a Etiopía procedente de Kenia por la ruta Turkana, un viaje largo y penoso que puso a prueba su resistencia al borde del límite.
Llegar a Etiopía desde Kenia por la ruta Turkana nos había llevado varios días, muchas horas de moto y momentos en los que llegamos a estar al límite. Por fin, habíamos llegado a Turmi, aunque todavía faltaban 100 km. de pista hasta llegar al asfalto, ya no era la dura y desolada ruta que habíamos superado.
Buscamos alojamiento decente, que ya apetecía, pero estaba claro que todavía no tocaba, cuatro paredes pintadas de rosa, un camastro y una silla de plástico asquerosa era la mejor opción; para ir al baño, excursión por el patio y la ducha a cubos. Lo mejor, la típica injera etíope de cena y cerveza fría.
Llovió toda la noche sobre el techo de chapa, otra noche sin dormir bien y ya iban unas cuantas desde que salimos de Nairobi.
Para asegurarnos poder llegar a una gasolinera, compramos cuatro litros para la moto de Pilar, se lo encargamos a la persona del hotelucho, nos la trae y la echa mientras nos vamos preparando para salir.
Arrancamos las motos y la de Pilar se apaga en dos segundos, ¡joé!, ¿qué coño le han echado? Bueno lo tengo claro le han echado gasóleo seguro, África nos vuelve a sorprender, si no hay motos que vayan con ese combustible, ¿cómo se han confundido? Nunca te puedes relajar.
Volcamos la moto para vaciarla completamente, a estas alturas ya tenemos a 20 personas supervisando, nos traen gasolina, la moto no arranca pero casi, desmontamos filtro y aparece uno que dice que es mecánico y chupa del filtro el gasóleo que queda. ¡Arranca! Menos mal que la habíamos echado toda en la 650, la 1200 tiene el filtro dentro del depósito y creo que no hubiera sido tan fácil de solucionar y menos donde estábamos.
Llegó el momento de pagar la asistencia, el supuesto mecánico pide unos 30 euros por su trabajo de 10 minutos, le digo que se lo pague el del hotel, que es el que ha causado el problema, momentos tensos, viene la policía, al final 8 euros y gracias.
Al pasar por Dimeka, hay mercado Hanmer y entramos a ver, hay mucho ambiente. Hacemos alguna foto y se acerca uno grupo diciéndonos que necesitamos guía para andar por allí sacando fotos. Otro momento tenso, pero lo superamos.
Nos encontramos con un par de israelitas que iban en motos de 125. Parece ser que a unos 20 km. de Dimeka había por la tarde una celebración Hamner muy interesante. Hacemos grupo con ellos para contratar un guía que nos lleve y que gestione que podamos estar presentes en el evento, aquí todo funciona con pasta.
El camino era muy lento y tardamos bastante en llegar con tramos de mucho barro. El evento fue muy auténtico, bailes, bebida tradicional, las mujeres se pintan. Los hombres demuestran su ‘amor’ por las mujeres utilizando con ellas un ramo a modo de látigo que hasta les hace heridas.
El final de la fiesta consiste en que un niño desnudo camine saltando por un grupo de vacas posicionadas para la ocasión. Creo que esto suponía para él el paso de la niñez a la madurez.
Ya estaba cayendo el sol y estaba claro que el camino de vuelta a Dimeka lo acabaríamos de noche. Otro alojamiento básico, más injeras y más cervezas.
Y por fin, al día siguiente llegamos al asfalto, habían sido más de 1.000 kilómetros de aventura desde Kenia y lo importante era que tanto nosotros como las motos lo habíamos superado en buenas condiciones.
Dos días de ruta nos llevaron a la capital Adís Abeba, las carreteras están llenas de ganado pero apreciamos y disfrutamos de la suavidad de rodar por asfalto.
La entrada en la capital, un auténtico caos, obras por todas partes y un infierno hasta que conseguimos llegar al centro. Aprovechamos para solucionar un par de temas en las motos y después de una noche, abandonar esta vorágine.
El siguiente destino era Lalibela, con sus famosas iglesias talladas en roca, es la segunda ciudad santa después de Askum y es un importante centro de peregrinación.
Este fue el primer día en el que empezamos a sufrir la estupidez de mucho niños y jóvenes que se dedicaban a tirarnos piedras a nuestro paso. Tuvimos unos cuantos incidentes, parábamos y salían corriendo, al final acabamos llevando algunas piedras en la bolsa de depósito, increíble, no nos había pasado nunca durante el viaje, eso sí, vaya cara de sorpresa ponían cuando les respondíamos a sus lanzamientos con más piedras.
Me acordaba de un amigo al que en Marruecos le rompieron un dedo con una piedra cuando circulaba en moto y la verdad, no nos hacía gracia que nos pasara lo mismo en Etiopía.
Lalibela nos gustó, después de muchos jornadas sin descansar pasamos varios días aquí para reponernos. Las iglesias impresionan, no están bien mantenidas pero son muy auténticas y están declaradas Patrimonio de la Humanidad desde 1978.
Retomamos nuestro viaje hacia Góndar, de nuevo problemas en la carretera con niños y no tan niños, más piedras y hasta uno nos amenazaba con un palo en la carretera; ése ya no sé si lo volverá a hacer, porqué paré y le expliqué de forma contundente que eso no está bien.
Es difícil de entender que un país con mucha presencia de ONGs que están ayudando al país, la población adulta no explique a sus niños y jóvenes que el extranjero ayuda y que no hay que recibirle a pedradas.
Teníamos muchas expectativas sobre Etiopía y el país es una pasada, pero el hecho de esta agresividad nos hizo ir pensando en el siguiente destino, Sudán.
Para llegar a Góndar disfrutamos de unos paisajes espectaculares a más de 3.000 metros.
Lo más relevante de Góndar, la ciudadela de Fasil Ghebi, recinto real amurallado del siglo XVII desde el que los emperadores de Etiopía reinaron sobre todo el imperio. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979.
Sudán estaba ya a sólo a 150 km., el descenso desde 2.200 metros hasta 600 era como ir entrando en un horno, la temperatura subía rápidamente, se notaba que nos acercábamos al desierto.
En la frontera nos recibieron muy amablemente, ofreciéndonos te y un sitio para descansar. ¡Gran hospitalidad! La moto de Pilar no tenía Carné de Passage y nos costó mucho convencerles de que nos dejaran pasar, al final llegó un gran jefe que autorizó la entrada de la moto, no se creían que viniéramos desde Sudáfrica sin este documento.
La verdad es que la sensación que teníamos era de que el viaje se estaba acabando, además nos llegaban noticias de Madrid para que no nos entretuviéramos y aunque no nos decían nada, algo no bueno debía pasar.
En dos días llegamos a la capital Jartum, carreteras con buen asfalto, pero autobuses kamikazes que nos pasaban silbando a 130 km.
En una ocasión, un coche me adelanta con todos sus ocupantes, incluido el conductor, mirándome y haciendo fotos, así estamos un rato cuando veo que viene otro coche en sentido contrario, ambos conductores reaccionan en el último momento, saliéndose los dos de la carretera justo antes de estrellarse. ¡Uf, qué poco ha faltado para que se me lleven por delante!, paramos y el conductor se bajó con una sonrisilla diciendo ‘sorry, sorry’ y señalando el reloj como que tenían prisa. Tuve claro que había vuelto a nacer.
En Jartum nos quedamos en el hostel internacional, nos dimos un lujo pillando aire acondicionado, porque la ciudad era un horno. Algunas gestiones y un poco de turismo fue todo lo que hicimos en la capital donde confluyen el Nilo blanco y el Nilo azul.
A partir de aquí, en la carretera hacia Egipto, el tráfico se iba reduciendo. Nos poníamos en marcha muy pronto por las mañanas para tener algunas horas de temperatura agradable, luego la cosa cambiaba.
Paramos a comer y beber algo frío en Atbara, en una tienda con poca variedad y disfrutando de un delicioso menú de pan y quesitos decidimos que hacía un calor de pelotas y que mañana sería otro día. Dimos una vuelta por el pueblo y apareció un hotelito perfecto, aire acondicionado, habitación grande e impoluta, wifi y prácticamente nos la regalaron. El dueño Adel vivía allí con sus dos mujeres y los hijos de ambas, nos invitaron a cenar con ellos, hablaban bastante bien inglés, un lujo de tarde.
Wadi Halfa, última población en Sudán desde donde se embarca hacia Aswan, ya en Egipto, se encontraba a dos días de carretera. El ferry es semanal y costaba saber con exactitud qué día salía el barco, las motos viajarían en otra barcaza, una logística complicada.
Nos despedimos de Adel y su familia y a las 7 am arrancamos hacia Dóngola. Puro desierto y muy poco tráfico ya. Al pasar por Karima buscamos las pirámides para hacer unas fotos. Cuando llevábamos un rato allí, sin que nada estuviera vallado ni nada parecido, apareció una pick up con 5 o 6 tíos subidos. Yo estaba dando una vuelta y cuando llegaron, Pilar estaba sola con las motos, y estaban empleando con ella un tono desagradable y es que a la mujer en estos países no se la respeta. Al llegar yo, suavizaron el tono, pero seguían reclamando el permiso para hacer fotos y el ‘tiki’. Les dijimos que ya habíamos pagado visado, permiso de turista y que ya no pagábamos más. Tira y afloja y nos fuimos, que el tema se ponía tenso.
Llegar a Dóngola fue una sorpresa, población oasis con mucho verde y palmeras; la cercanía del Nilo se notaba en el paisaje.
Y por fin, al día siguiente, llegamos a Wadi, habíamos contactado con un fixer para que nos reservara billetes, tanto para las motos como para nosotros, si perdíamos ese ferry nos tocaba esperar otra semana y ya os adelanto que Wadi tiene su encanto, pero no para estar en ella una semana.
Allí estaban los alemanes que habíamos conocido en Zambia hacía meses y también Roy, el ciclista inglés, que la verdad es que hacía más ruta en autobús que dando pedales.
Pasamos un par de días organizando el cruce a Aswan. Es increíble porque que desde hace años hay una carretera construida, pero el uso es muy caro y está destinado a no sé qué, pero no para los turistas individuales.
Nuestro fixer resultó ser un listillo y nos quiso engañar demasiado, comprobamos el precio con los alemanes que utilizaban otro fixer y le explicamos al nuestro el dinero que nos tenía que devolver, pero no puso ningún problema, ya que tenía claro que le habíamos pillado.
Las motos iban a ir en una barcaza, pero ésta se rompió y nos tocó subirlas a otra sin motor que llevaba papel para reciclar y que sería remolcada. ¡A saber que nos encontraríamos al recogerlas en Aswan y si llegarían! Es de esas veces que como no tienes más opciones, esa es la mejor, pero también la peor.
Y por fin, después de días de papeleo, embarcábamos nosotros en el sobrecargado ferry que nos llevaría a Egipto, una experiencia en toda regla, compartimos cubierta con cientos de personas y kilos y kilos de mercancía por todas partes. Las cabinas estaban reservadas hacía tiempo y aunque nos quisieron liar para vendernos una, al ver la familia de cucarachas que allí habitaba, decidimos que para una noche sólo la pasaríamos al aire libre.
Fueron 24 horas de ferry, conseguimos un buen hueco en cubierta y pudimos dormir aceptablemente con las colchonetas y los saco. Nos dieron acceso ‘VIP’ a una mini cafetería en la que nos trataron de lujo. El desembarco en Aswan fue una locura, hasta un tío me mordió en el brazo, surrealista.
Ahora, empezaba la siguiente gestión, recuperar las motos de las aduanas y conseguir entrar con la moto de Pilar en Egipto sin Carné de Passage. Egipto, el último país del viaje os lo contamos en el próximo newsletter.
Agradecer a los patrocinadores principales BMW, Touratech y Continental su colaboración en esta aventura y a todos los amigos, familia y gente que nos siguieron en nuestro blog www.aventurasenmoto.com y en la página de Facebook Aventuras en moto.
Texto original de Newsletter BMWMotorrad